viernes, 29 de octubre de 2010

Un día, una tía

Después de varios días ajetreados consigo un poco de tiempo para escribir un rato. Hoy toca explicar el porqué del título y lo que me traigo entre manos.

Un día una tía significa exactamente lo que parece. El proyecto consiste en conocer cada día una chica nueva. En la universidad, en el tren, en el metro... donde sea y como sea. Ir probando cosas nuevas y, básicamente, pasar un buen rato sin, por supuesto, molestar ni ofender a nadie.

¿Qué fin tiene esto? Ninguno, simplemente el placer de conocer gente nueva y comprobar la reacción de una chica cuando alguien que no conoce absolutamente de nada simplemente se acerca y la saluda. Lo mejor de todo es que no existe el factor "miedo al rechazo", ya que solo se trata de entablar conversación y charlar un rato, conocerla y, si se da la ocasión, mantener la comunicación. Ni más ni menos.

Con un poco de suerte demostraré a ellos que las chicas no son tan distantes como parecen, que con un poco de buen rollo se puede entablar una conversación, y ya cada uno lo que prefiera luego. Y a ellas, que si un tío les dirige la palabra no significa necesariamente que se quiera acostar con ellas, que por desgracia es lo que muchas creen.

Porqué un día una tía? Pues porque 24 horas 24 tías es una barbaridad y una semana una tía no es siquiera un reto. No se hasta que punto podré mantener igualados el número de días y de chicas conocidas, pero se hará lo que se pueda.

Sin nada más que decir, hoy empieza oficialmente.

UN DÍA, UNA TÍA

martes, 26 de octubre de 2010

La chica del metro


Hay momentos, sucesos, que pueden llegar a cambiarte la vida. Un cambio de aires, un nuevo trabajo, conocer a una persona o, en mi caso, no conocerla.
De esto hace ya casi dos semanas, y me arrepiento tanto ahora como en su momento. Como todos los miércoles, terminé las clases a las 2 del mediodía y bajé al bar a por un bocadillo para comer, para poder coger el tren y llegar pronto a casa. En el tranvía todo fue completamente normal, así como en la parada del metro. No fue hasta llegar a la siguiente, cuando comenzó. En esa parada subió ella, la chica del metro, bajita, morena, con unos profundos ojos negros, que me impidieron separar la vista de ella hasta que el vagón no se había puesto ya en movimiento.
Poco a poco, la gente, abarrotada, iba buscando espacio para bajar en la siguiente parada. Al final, la marea de gente la puso justo enfrente de mí. Cuando quise mirarla, nuestros ojos se cruzaron, y no se que hizo ella, pero yo aparté la mirada súbitamente avergonzado. Ya en la siguiente parada y con las puertas abiertas se despejó el interior del metro, pero ella seguía ahí. Curioso, vi como metía la mano en su bolso y rebuscaba algo que parecía no encontrar por ningún sitio, cuando de pronto el metro aceleró. Perdió el equilibrio y se balanceó sobre mí, ya preparado por si caía. Pero no cayó. Al parecer tenía más agilidad de lo que se podría deducir, lo que me dejó en una pose francamente ridícula, sin poder articular palabra más que un prácticamente insonoro "¿Estás bien?". Me sonrió tímidamente y respondió en un tono, si cabía, más bajo. "Sí, gracias". A este suceso le siguió un eterno e incómodo silencio, varios cruces de miradas y alguna sonrisa que parecía más de compromiso que de complacencia, hasta que no pude aguantarlo más. "¿Eres de aquí, de Valencia?".
La conversación se volvió el centro de mi atención, y sus ojos me impedían alejar la mirada de ella. Las otras dos paradas parecieron un suspiro, inadvertidas en aquél momento, hasta que llegué a la mía. Me despedí con un simple "Bajo aquí" y atravesé con prisa las puertas que se abrían frente a mí. Se me ocurrió girarme una última vez y allí seguía ella, mirándome y sonriendo, simplemente preciosa. De camino a las escalera no pude ser más feliz. Había pasado un momento prácticamente perfecto, con una chica como ella. Ella... Ella, pues en los minutos que había estado hablando con ella ni siquiera le había preguntado su nombre, ni su móvil, ni contacto alguno que me permitiese volverla a ver. Y cuando me giré para hacerlo las puertas, ya cerradas, se empezaban a mover. Y allí, de pié, me quedé yo, estupefacto ante la idea de no volverla a ver nunca, como si despertase de golpe del mejor de los sueños. Por supuesto no podía dejar las cosas así.
Para seguir con la historia necesito avanzar una semana, hasta el siguiente miércoles. Yo llevaba toda la semana sin quitármela de la cabeza, planeando esperar en su parada del metro a la hora que había subido la semana anterior. Y lo hice, pero no, no apareció. Así me quedé, sin esperanza de volverla a ver más, sintiéndome plantado aunque ella ni siquiera sabía que habíamos quedado.

Y ese fue mi punto de inflexión, un cambio completo en la dirección de mi vida y mi comportamiento, olvidando la oportunidad de volver atrás. Pero, sobre todo, me ayudó a darme cuenta de que puede existir la chica perfecta, y que está ahí fuera. Si no fuera por ella, ahora mismo no estaría escribiendo esto, ni mucho menos me plantearía llevar a cabo lo que pienso hacer. Quizás algún día la vuelva a encontrar.